Mientras ascendía de noche por las ramas de la dormidera
vino me una extraña sensación de quietud
y en una de las flores rojas me paré y en mitad de aquella pradera
quedé varado bajo los pies de la senectud.
Los adoquines separados en el suelo crujían
espléndidos matojos los rodeaban y en ellos se hundían.
Hasta que algo vino volando de muy lejos.
Y extendió sus alas y cubrió el blanco de los azulejos.
Que se eclipsaron bajo un manto estrellado.
pobre ojos ciegos sin cabeza
pobre alma erizado a causa de tanta belleza.
Tragó se me el callado de una figura caminante que por allí pasaba.
y que respirando con dificultad refulgía en el negro fondo
Se partió a los pocos pasos el tiempo.
Y el viento se quedó sordo.
Por la hilera del rosal seguí trepando lento
los extractos nocturnos desempolvaban sus brazos
Se tragaban las uvas que iban cayendo
y con la luz de las estrellas dibujaban retazos.
La calma engañosa que anunciaba el cantar de grillos
hizo que me fijase en un extraño sonido, como de rastrillos.
y tras beber el fresco y dulce jugo de la hoja de un naranjo.
comencé a ver repentinos chispazos amarillos.
Paseo ente faroles, con la dignidad en la mano.
agarrado a la hilera que rodeaba el ambiente claro.
caminar de almas sin conciencia, de trasiego de pasos.
desconocidos misterios me dejaron helado.
Rizos vegetales de la parra golpean los cristales
a causa del viento como espadas, dándole un mandoble
marcando en el aire elementales notas musicales.
Y cánticos nocturnos en la madera del roble.
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